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miércoles, 11 de agosto de 2010

¿QUÉ PASARÁ CON EL CLIMA? (4)

Hormiga trabajando (Catamarca)
CAPITULO 2
IMÁGENES DE LA LLANURA PAMPEANA
(Escrito en el verano de 1986)

(Continuación de:
http://000-arquimedes.blogspot.com.ar/2010/08/que-pasara-con-el-clima-3.html)

Aún resuena en la distancia el eco de los últimos truenos de esta tormenta que se preparó desde el atardecer de ayer. Camino bajo la garúa que siguió al chaparrón inicial, sin preocuparme en buscar refugio pues ya estoy empapado. El verano y su temperatura complaciente me permiten disfrutar a pleno esta vivencia sin temer una pulmonía. Esta es una de las tantas lluvias que inundan gran parte de la provincia de Buenos Aires y que motiva interrogantes en la gente. Mientras algunos se preguntan:

- “ Qué pasa con el clima?”

Otros responden:

- “ Cambió mucho!”

Y otros exageran:

- “ Nunca se vio caer tanta agua!”

Durante las últimas tres décadas, las crónicas diarias abundaron en noticias de ciudades bonaerenses inundadas y de evacuados.

- “Quién tiene la culpa?”

...es la pregunta de algunos ‘jueces universales’ en su eterna porfía de buscar responsables. Mientras tanto el agua cae y sigue su rutinario destino de cursar el sentido de las pendientes hacia los bajos, ya sea por la superficie o por el subsuelo. Llena lagunas, forma arroyos y busca el mar, para evaporarse y caer nuevamente repitiendo su ciclo. Así desde siempre. A veces más. A veces menos.

Bajo la garúa busco detalles que amplíen mis vivencias. Un tenue rayo de Sol se filtra entre las nubes, mientras se pierden a lo lejos, cada vez más espaciadas, las vibraciones de baja frecuencia de los últimos truenos. El chaparrón me sorprendió caminando por el campo bonaerense entre Laprida y General La Madrid, en mi rutina de dialogar con el paisaje franqueándonos y escuchándole de sus secretos seculares y milenarios.
Diez o quince minutos de intensa lluvia con relámpagos cercanos como música de fondo y un rayo caído a pocos cientos de metros, me hicieron agazapar para ofrecer menor blanco a las descargas eléctricas. Aguardé en esa posición hasta que el epicentro de la tormenta se alejó unos kilómetros. Cuando conté más de diez segundos entre cada relámpago y su correspondiente trueno, recién comencé a caminar, hecho sopa, sin dejar de medir mentalmente esos tiempos hasta que me distraje.
No me molesta la garúa, e incluso me invadió una inmensa sensación de alegría cuando apareció ese primer rayo de Sol y siguió lloviendo.

- " Se casa una vieja!", hubiese dicho mi madre.

- " Se casa una vieja", pensé sonriente.

En un bajo lleno de agua sobresale apenas la parte más elevada de un hormiguero convertido en un pequeño amasijo de barro. Gran cantidad de hormigas se amontonan en su cima y la naturaleza me enseña algo más. Me agacho para ver mejor una masa de color castaño que flota en el charco, de aspecto parecido a dulce de membrillo; es una densa y móvil masa de hormigas coloradas. Las toco con el dedo y ninguna hace intento de defensa o de agresión. En ese momento su motivación es otra. Cada una toma a otra de las patas con sus pinzas y a su vez es tomada de sus patas por otra, formando así una apretada masa flotante.
Las llevo hasta la orilla del charco y las disperso suavemente con una ramita de duraznillo. Para mi sorpresa y admiración, en el centro aparece la reina, protegida del agua y del enfriamiento por la estructura y el calor de todos los cuerpos del hormiguero. La especie se perpetúa superando la inundación en una balsa viviente que la proyecta hacia el futuro.
Esta novedad para mí, seguramente se repite desde que las lluvias comenzaron a inundar hormigueros.

- " Desde siempre!",
exagerará alguien.


Seguramente muchos lo habrán visto.
De los tantos naturalistas que recorrieron la Provincia de Buenos Aires desde el siglo pasado, tal vez el francés D'Orbigny(1), no tuviese esa oportunidad.
Este, al recorrer la provincia de Buenos Aires allá por 1.828, fue recibido por lagunas secas y suelos agrietados; con un río Salado cenagoso y hediondo debido a los animales muertos de sed a sus orillas y con un horizonte enrojecido de Sol y polvaredas, como escamoteándole el agua en un intento por cerrarle el paso. A tal punto debió magnificarse esa sequía, que otro naturalista francés, Augusto Bravard(2) para ese mismo año dio cuenta de una duna de arena enseñoreándose en la plaza principal de la Fortaleza Protectora Argentina, la misma que dio lugar al nacimiento de la ciudad de Bahía Blanca.
Por el contrario, el inglés Carlos Darwin(3) en la narración de su viaje por la llanura bonaerense hacia 1833, si bien habla algo de sequías, cuenta que al viajar a caballo desde la misma Bahía Blanca hasta Buenos Aires, tuvo que atravesar "...muchas millas de país inundado." Y hacia 1806, durante las invasiones inglesas, las crónicas cuentan que las lluvias fueron copiosas. Por su parte las narraciones de Robert Crawford(4) que datan de 1871 y las de Clark Edwin(5) de 1876, ambas mencionadas por Moncaut(6), también comentan de lluvias e inundaciones durante su paso por la llanura pampeana. Ingenuamente podría llamar la atención que los testimonios de franceses hablen de sequías y los testimonios de ingleses comenten de inundaciones.
Que ocurría? Los ingleses recorrían una llanura bonaerense distinta a la observada por los franceses? La narración de Romain D'Aurignac(7), también citada por Moncaut(6) pone las cosas en su lugar pues un año después del mencionado Edwin y contrariamente a lo vivido por otros franceses, éste tuvo en suerte recorrer una llanura bonaerense “ ...llena de estanques y lagunas...”

- “El clima ha cambiado mucho!” le dirían a Darwin los más prudentes.

- "Nunca se vio caer tanta agua!", le dirían los exagerados de siempre.


Entre estos divagues llego a una laguna desbordada, llena de juncales donde anidan gaviotas y gallaretas. Es como si caminando, de pronto hubiese llegado a aquéllos domingos de mi infancia, hacia mediados de la década de 1950, en un campo de mi Gonzales Chaves natal. Cuando quizá ya pensaba que algún día sería Geólogo, aunque aún no sabía que buscaría explicación a los tantos misterios que ya me maravillaban, como las lagunas ora desbordando y ora secándose.
En aquél entonces
los domingos acompañaba a mi padre a juntar huevos de gallareta y de gaviota en las lagunas cercanas. Huevos con los que mi madre cocinaba durante la semana.
 

En esos  tiemos y según los puesteros vecinos,

 - "Nunca se había visto tanta agua en las lagunas!"

Pero luego,
ya en mi adolescencia, poco a poco vi languidecer esas mismas lagunas hasta secarse. En el verano de 1961/1962 yo había terminado el segundo año del colegio secundario y durante una cosecha que intentaba robarle a la sequía algún puñado de trigo inexistente, manejaba un viejo tractor Fordson Major E27N.

En su constancia de todos los días, los vientos del oeste y del noroeste secaban la tierra. En un potrero en el que no quedaban ni rastros del lino sembrado meses antes, llegué a ver el suelo con grietas de más de cincuenta centímetros de profundidad. Hasta pude pasar con el tractor levantando polvareda por el medio de aquéllas lagunas que poco menos de una década antes “…nunca habían tenido tanta agua!" Ese mismo año y al sur de Coronel Dorrego, las dunas cubrían los alambrados a lo largo de la ruta nacional Nº 3.
Mucho más tarde, ya en la década de 1980, aquéllas lagunas volvieron a tener “...tanta agua como nunca...!” y al sur de Coronel Dorrego, allá por los kilómetros 618 a 623 de la ruta 3, como testimonio de aquélla sequía quedaron algunas pequeñas dunas cubiertas de pasto, alertando que la arena está allí abajo y que en cualquier descuido puede volver a moverse, como veremos posteriormente.
Más allá de mi memoria, revolviendo viejos periódicos aparecen las inundaciones de 1946 en la prvincia de Buenos Aires, cuando en la zona de General La Madrid quedaron muchos campos incomunicados del pueblo por sus caminos habituales. Fue en ese entonces cuando los vecinos favorecidos por la mayor altura de sus campos, cobraban peaje a los que obligadamente tenían que cruzar por sus propiedades para movilizarse hacia y desde la ciudad, según consta en los diarios de esa ciudad.
Aún más allá
aparece la prolongada sequía de la década de 1930(1); las inundaciones de 1913, 1914 y 1915, cuando en el centro bonaerense las gavillas de trigo se pudrían en el campo y las que no se pudrieron, recién se trillaron en julio y agosto, según oí contar a los viejos peones con los que compartí tantas cosechas y ruedas de fogón.

Surge también la inundación del año 1900, para la cual el Ing. Wauters(8) dio cuenta de la muerte de veinte millones de ovinos y dos millones de vacunos en la provincia de Buenos Aires. Cifras asombrosas, provocadas por la no menos asombrosa cifra de más de dos mil milímetros que habrían llovido ese año en algunas localidades de la cuenca del río Salado, según lo cuentan viejas crónicas.
Avanzando aún más en el asombro, más allá aparece el año 1857, cuando un buque a vapor zarpó del puerto de Buenos Aires y llegó a la ciudad misma de Chascomús, entrando por el río Salado y arribando a la laguna homónima a través de los campos inundados. Ese fue un intento de la empresa Aspiazu, Hoevel y Cía., para establecer una línea regular de navegación, suponiendo irreversibles los efectos de esa inundación. Inundación que pronto cedió e hizo fracasar la empresa, como lo señala Moncaut(6) en su libro Biografía del río Salado.
De ese modo, los “Nunca visto!” de los memoriosos se tornan frágiles y cuestionables, surgiendo entonces las preguntas obligadas: “ Qué pasa con el clima?”; “Cuál es la causa de las inundaciones y de las sequías que sufre periódicamente la llanura bonaerense?.”; ”Pueden llegar a predecirse estos fenómenos naturales adversos para las actividades humanas?”
(Continúa en: http://000-arquimedes.blogspot.com.ar/2010/08/que-pasara-con-el-clima-5.html)
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(1) En realidad este episodio de sequías, al cual en un libro denominé “crisis de erosión eólica y desertificación de la década del '30”, comenzó a manifestarse hacia 1928 y duró por lo menos hasta 1944.
NOTA: Los nombres que cito en el texto, con un número al lado, son personas que han escrito algo al respecto. A todos citaré al final de este trabajo.